Los ojos de Michelline Baptiste, grandes y pintados de morado, se cierran cada vez que toma aire antes de hablar. Porque el día anterior perdió a su bebé, del que estaba embarazada de tres meses, y aún sangra. Porque a las siete de la tarde, en Del Río, Texas, hay 37 grados. Porque a ella, que es diabética y sufre presión alta, la espalda y los párpados se le caen. Porque después de días contenida -en el fondo, retenida- por la presencia de la Patrulla Fronteriza en el límite entre Estados Unidos y México ha sido autorizada a seguir adelante: “Hay que aguantar para sobrevivir”.